A esta pequeña cafetería ubicada en la calle, República de Cuba llegan mujeres, niños y hombres que aguardan en la capital del país, los documentos que los avalen como refugiados en nuestro país
CIUDAD DE MÉXICO. Un plato de arroz con salchichas es la cena de ocho migrantes haitianos en el café, La Resistencia, en el centro de la Ciudad de México.
Desde el martes pasado, a esta pequeña cafetería ubicada en la calle, República de Cuba llegan mujeres, niños y hombres que aguardan en la capital del país, los documentos que los avalen como refugiados en nuestro país.
Ese día, Ana Enamorado, una mujer hondureña quien llegó a México hace once años buscando a su hijo, que también migró hacia los Estados Unidos y desapareció en su trayecto, recibió la alerta de que en las instalaciones de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) había migrantes haitianos que no sabían dónde pasarían la noche.
Ana, acudió a su auxilio y los llevó a La Resistencia, donde les brindó alimento y con ayuda de sus conocidos les buscaron un lugar donde pasar la noche.
En el café, donde también hace de galería de arte, venta de productos orgánicos y de artesanías oaxaqueñas, Max un joven haitiano de 24 años describe que en su país ya es imposible vivir por la severa crisis económica, la violencia y la inestabilidad política.
El joven, con un cubrebocas desgastado por tanto uso, explica a Excelsior que decidió salir de Haití, porque dice, escuchó en la radio, que Estados Unidos se encontraba abierto y daba refugio a los migrantes que quisieran entrar.
Max, quien no da su apellido, porque en su duro viaje por varios países del continente americano aprendió a desconfiar de todos, inició su viaje en Brasil. De ahí viajó algunas veces a pie y, cuando había oportunidad, en camión, hasta llegar a Guatemala.
Cruzó el río Suchiate, frontera natural con Chiapas, en una pequeña balsa ayudado por un mexicano, que dice, no le cobró. Ahora en la Ciudad de México evalúa si vale la pena continuar hacia Estados Unidos.
Estamos buscando lo que es mejor para nosotros. Si aquí en México, está mejor para nosotros, vamos a quedarnos; si no, nos vamos a Estados Unidos. Si ellos quieren que podamos entrar en la frontera, nos vamos”.
Con un español, que ha tenido que aprender a fuerza detalla que le aflige dejar atrás su carrera como informático, a sus padres y dos hermanos. “Me duele porque siempre he querido trabajar y ayudar a crecer a mi país, pero ahora no tenemos otra opción más que ir a buscar una vida mejor para sobrevivir”.
Asegura que en su trayecto por México ha recibido maltratos racistas y con la voz entrecortada, demanda que ellos, los migrantes, también son seres humanos y tienen corazón “que tenemos el mismo color en la sangre. Somos iguales a todos. No sé por qué nos tratan así”.
Para Mariana Nahon, miembro de uno de los colectivos que administran el café, La Resistencia es un gran reto mantener la ayuda para los haitianos, pero asegura, lo harán hasta que sea necesario.
Explica que han llegado familias con bebés en brazos y piden donaciones para seguir brindando el apoyo a los migrantes.
Finalmente, Max de 24 años hace un llamado a las personas y autoridades para que sean empáticas con ellos, porque tal vez, algún día, les toque a ellos ser migrantes.